sábado, 25 de abril de 2009

EPISODIO 30. THE NATIONAL.



Su fórmula va desde el pop rock ejecutado con gusto y pulso, al country rock y al pop de cámara; The National son uno de los grandes descubrimientos del rock de los últimos años y lo han hecho sin aspavientos, sin efectismos. Son un globo muy pesado que sube lento, dejando grabación tras grabación enormes joyas sonoras, no un cohete de rápido ascenso e igual rápido batacazo. Los de Ohio, luego reformados en NY, hicieron en su debut homónimo una introducción certera a cómo podría sonar el rock americano. Primos de Jayhawks, Uncle tupelo, Wilco. El tono crooner de su cantante Matt Berninger infunde sobriedad y credibilidad desde el momento en que abre la boca. Las canciones empezaron a llover aupadas a esa voz dirigente y segura que parece quitarte de lo que estés haciendo: "acércate, escucha, tengo cosas que decir".



Con Sad songs for dirty lovers las influencias parecen abrirse. La voz, ahora más claramente, me hacía pensar en Tindersticks, en Nick Cave, en Leonard Cohen; por otro lado, las filiaciones en el sonido de la banda empezaban a quedar sobre la mesa. El alt-country se espaciaba hasta hacerse lounge, atmósferas y acoples evidenciaban que no estábamos con una banda al uso, unos emuladores de Wilco y poco más. Me resulta difícil definir por qué me gustan tanto. Ejecutan impecablemente sus canciones. Suenan ajustados, precisos y con cada detalle mimado y bien colocadito, sin embargo me cuesta identificar un gesto sonoro que sea típicamente suyo: un sonido de guitarra que les identifique, un raspeo definitorio o truco de producción. Muestran una especie de gusto y profesionalidad sorprendente que afortunadamente no les convierte en autómatas del indie-rock y máquinas de repetición sin capacidad para añadir colores propios a la paleta de colores diseñada por otros. Quizá sea ese discurrir lógico y aplastantemente incuestionable de las canciones lo que les define. Y esa voz. Si han basado su carrera en emular a otros hasta formar su propia historia, sin duda son los mejores en eso.
Mención aparte merece el ritmo bajo las canciones. El trabajo del batería sí que define el sonido de la banda. No se trata de virtuosismo, sino de aportar el toque que rompe el esquema típico y multiplica el interés de la canción. Maestría poniéndole el latido al corazón de la banda.





Alligator, Boxer y Virginia Ep. El cuadro queda mucho más completo y los himnos empiezan a apilarse. Su escaparate de rock alternativo no es festivo y su propuesta tiene una mueca cínica y desesperada en el fondo. Cuentos de soledad descarnada que se valen de una voz que los hace creíbles y dosifica las frases con sal gorda para cuando el escuchante ya está subyugado. Una de las más grandes bandas de rock en activo. Demasiado interesantes para ser masivos, demasiado cínicos y desastrados como para practicar arena rock, demasiado sesudos para el festival de verano. Enormes.







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