viernes, 24 de abril de 2009

EPISODIO 29. SUFJAN STEVENS.


Sufjan Stevens irrumpió en el inicio del siglo XXI con un folk pastoral profusamente ornamentado, polifónico y cantado casi en susurros. Se trata de un portentoso multinstrumentista, algo así como un niño prodigio musical que fundió su talento en canciones de inmensos títulos y temáticas poco comunes, por no decir frikis.





Antes de hacerse conocido con Michigan había firmado un par de discos instrumentales que poco anunciaban del aire rural y del sosiego por el que terminaría decantándose. Enjoy your rabbit es un vaivén de composiciones de base electrónica que van de lo sublime (en momentos contados) a lo rayante. Cajas de música pisoteadas, saturados ritmos rotos, fondos computerizados y de vez en cuando alguna flauta, alguna nota de piano, algún coro repetitivo, que sí señalaban hacia Michigan y lo que vino después.
Conducido por un banjo y con una clara orientación hacia canciones ricas melódicamente, Sufjan Stevens se embarcó en grabaciones como Seven swans e Illinois. Anunció entonces aquella absurda idea de dedicarle un album a cada estado de la unión y como si se tratase de una mina recién abierta dio en el clavo con un montón de composiciones preciosistas y desbordantes, de belleza enorme. Se dejó de inciertos experimentos. Es algo así como un Philip Glass con banjo y gusto por los coros de iglesia. Sus discos ofrecen un riqueza insólita en instrumentación y arreglos. A una base típicamente folky le introduce líneas melódicas propias de la clásica firmadas con circornios, clarinetes o tubas. Su voz, delicada y apocada como si no quisiera llegar al micro, queda respaldada por hermosos coros femenidos traídos de tardes de juegos con pantalón corto.



Come feel the illinoise (con nuevas versiones y descartes de su hermano mayor, Illinois) puede ser un buen modo de empezar a conocerle. Quizá su doble album navideño resulte demasiado obvio y dulzón. Una sobredosis de relecturas de villancicos que me superó. Al parecer ha repetido la jugada en las últimas navidades. Estoy atento a su evolución, aunque creo que con lo ofrecido hasta hoy bien merece este capítulo.

Detallista, genial, fragilidad exagerada, sensibilidad extrema para crear sinfonías de niños ángeles sobre ritmos jazzísticos aderezadas con aires de heno; clasicismo y minimalismo de xilófonos y pianos de juguete. A veces se acerca a estructuras pop, pero habitualmente se desarrolla sobre un patrón de notas que se repiten mientras más y más instrumentos van trazando nuevas líneas melódicas por encima. También practica el oficio de la desnudez y juega a sobrecoger con su vocecita sobre un piano evocador, una acústica o un banjo. Las canciones quedan entonces resumidas en un bonito esqueleto que danza en un verano triste.



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