sábado, 25 de abril de 2009

EPISODIO 32. RIDE.





Ride, o cómo firmar los momentos sonoros más excitantes de los primeros noventa y sucumbir a la desbandada cuando las cuentas no fueron las esperadas, ni las grabaciones estuvieron a la altura de los inicios. Sus primeros eps presentaban a una banda de dieciochoañeros practicando una muralla de sonido nutrida de trabajadas dinámicas rítmicas. Sobre los aires de neopsicodelia flotaban dos voces en duermevela y extraordinarias melodías. Las letras, quizá, nunca fueron su fuerte. Pecaban de impersonalidad y parecían en ocasiones sacadas de algún manual de frases hechas para bandas con no mucho que decir. Pero fueron grandes por un momento.









Nowhere y Going blank again, junto a todos los eps de estos primeros años, constituyen un legado difícil de olvidar. Sonido propio, voces soñadoras, melodías alargadas de rara belleza y coros capaces de alzarse sobre la distorsión y grabarse en la memoria. Eran alumnos aventajados en la generación que tuvo a bien fijarse en los logros y el impacto de My bloody valentine: Pale saints, Telescopes, Slowdive, Lush. Pese a su corta carrera, además cortada en seco con grabaciones desmerecedoras, Ride añadían frescura y excitación, también excelentes canciones, al juego con las murallas de sonido. El primer disco atesora un sonido oscuro y vibrante. El segundo crece en referencias y estilos. Experimentan y se vuelven exquisitamente pop, manipulan su sonido a su antojo y nos colocan un impresionante catálogo de rock con mayúsculas que aún hoy estremece.




Si hablábamos de dos voces, toca ahora hablar de dos cabezas. A la altura del tercer disco Ride se descompusieron. Andrew Bell quería tirar para un sitio y Mark Gardener para otro. La grabación de Carnival of light quedó empantanada en tierra de nadie. Hay excelentes canciones y ñoñerías inofensivas difícilmente comprensibles para un fan de su sonido. No me esperaba murallas eternas en todos sus discos, sin embargo, pasaron a ser una banda domesticada de un plumazo. No había ni rastro de rabia y la belleza estaba tan dulcificada que empalagaba. Tampoco los aires retro les sentaron bien.
El siguiente paso fue la caída en picado. Con Tarántula, Ride ofrecían un mejunje de sonido garage que no iba a ningún lado y a continuación simplezas pop. Se había perdido el sonido y el encanto. Todo el mundo fuera del barco.
Sus dos últimos discos son más disfrutables de lo que pueda parecer por lo dicho anteriormente. Eso sí, palidecen frente a los primeros eps y frente a Nowhere y Going blank again, de escucha obligada (el recopilatorio es un gran modo de conocerlos). Ride quedaron como una banda fallida con una carrera demasiado breve, aunque eso poco importa cuando desde la distancia escuchamos canciones como Stampede, Not fazed, Like a daydream y un bonito etcétera.
Mark Gardener ha publicado alguna grabación reseñable y sigue en activo. Andy Bell (o será un clon) es mercenario en las últimas aventuras de los Oasis. Peor acabó Manolete.



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