domingo, 26 de abril de 2009

EPISODIO 33. BILL CALLAHAN.



Nacido con el boom de los cuatro pistas y adicto a crear maquetas que recogían todas sus obsesiones y su mundo de soledades y desastres sentimentales, Bill Callahan ha terminado levantando un imperio sonoro (ya van unos catorce discos) que no deberíamos dejar pasar. Como el hierro con el que se marca el ganado, Callahan pone su voz de barítono un poco ebrio a multitud de canciones travestidas de distintas formas según la ocasión (y la época). Prácticamente toda su primera producción se basa en experimentos lo-fi, sampleados y loopeados, ritmos sacados del casio más barato. Híbridos un tanto freak de country y rock, también folk, marcados por la personal voz de Callahan. Quizá sea a la altura de Doctor came at down cuando las cosas empiezan a aclararse. Aquí Callahan consigue una suerte de folk espaciado con cada detalle en su sitio. Los sintetizadores se han convertido en cellos y la anarquía ha mutado a un clasicismo peculiar. Supone su album más interesante hasta entonces, el más profundo y oscuro.





Desde entonces todo ha sido sumar y sumar excelentes obras. El siguiente paso, Red apple falls (probablemente el mejor punto de inicio para conocer al personaje) presenta el lado más rítmico y lúdico, casi optimista. Piezas como I was a stranger, Blood red bird, Ex-con, siguen en la línea de fundir folk, rock y country al estilo Callahan. Su escritura se asienta ya para siempre como la de un excelso contador de historias. A cada nuevo paso sus entregas en forma de disco sorprenden por su consistencia. Knock knock, Dongs of sevotion, Rain on lens, Supper, A river ain´t too much to love. Se ha atrevido con ritmos casi funk (diamond dancer), se ha servido de las baterías de todo un miembro de Tortoise (dongs of sevotion) y, en definitiva, ha logrado consolidar una discografía muy recomendable de cabo a rabo. A lo dicho hay que sumarle los dos albums sacados bajo su propio nombre, dejando a un lado el alias Smog. Una lectura superficial nos hace pensar que Woke on a whale heart, su primer disco como Bill Callahan, supone un cambio de producción y orientación, aunque me resisto a verlo así. Opino que es, sin más, otro capítulo y otra encarnación sonora más. Sometimes I wish we were an eagle regresa al folk espaciado y calmado que ha practicado en muchos momentos llamándose Smog. Dentro de su rareza o peculiaridad, creo que Bill Callahan ha alcanzando un status de clasicismo con sus últimas grabaciones.





Un tipo con la soltura para plantarte frases de desarmante clarividencia cada dos por tres. Dotado de un humor ácido y de la facilidad para describir en pinceladas que dan en el clavo. "´Guíñale el ojo al cura...y cuando llegue el momento de tu discurso, cuéntales cómo lo hacíamos en la playa, con fuegos artificiales sobre nuestras cabezas" (Dress sexy at my funeral).
Me encanta en todas sus reencarnaciones. Jugar a trasladar al castellano sus canciones es toda una experiencia que sorprende a nivel literario. Hasta sus pasajes más oscuros me levantan el ánimo, de tan familiares. Cuando luce el rostro más festivo y sardónico me levanta la sonrisa y las manos dan palmadas en el canto del volante, malsiguiendo el ritmo. Aún así, cuando más me gusta es en sus grabaciones más parsimoniosas y espaciadas, cuando el menos es más y sólo se escucha una acústica y algún arreglo: ahí no tengo excusa para distraerme, me quedo indefenso y no tengo más salida que quedarme pensando en cada palabra que suelta y degustar cada inflexión de esa voz. Me enganché a este tipo en una de ésas.