martes, 15 de julio de 2008

EPISODIO 3. SPARKLEHORSE.



Cuatro discos. Caídas y recaídas. Casi muertes. Resurrecciones. Cuánto me arrepiento de haber visto a Mark Linkous y su banda y de apenas haber prestado atención (eran teloneros, yo era más estúpido si cabe, espero no ser castigado por esto). No puedo ocultar que es uno de mis creadores favoritos. Linkous consigue que la rareza suene reconfortante. Que una guitarra descacharrada y ruidosa resulte de terciopelo al entrar en contacto con su voz. Es responsable de un sonido hallado en la baja fidelidad, los filtros de sonido, los experimentos de estudio, los incontables teclados setenteros puestos a recrear colchones sonoros de impagable ternura. Luego llegaron los toques de electrónica introducida con sabiduría, loops de batería, chisporroteos de vinilo. Cuatro discos a lo largo de más de diez años e innumerables canciones ensoñadoras.



Rodeado de sus cacharros analógicos Linkous juega a capturar un espacio perdido entre pandillas de niños y patios. Inocente, aparentemente inofensivo, delicado y enternecedor. Cuánto más ralentizado se vuelve más resaltados aparecen los infinitos toques de producción. Esa calidez y enigma. Sin embargo, queda siempre lejos de sonar pretencioso o sobreproducido. La voz nasal y susurrante, siempre filtrada; el modo de entonar; esa apariencia de no querer llamar la atención. Quizá su cumbre sea Its a Wonderful Life, en intenciones y producción, en riqueza de elementos, pero no tengo ni idea con qué lp quedarme. Los cuatro, quiero los cuatro. Después de nosecuántos años de silencio, regresó con Dreamt for a thousand years in the belly of a Beast y volvió a dar en el clavo.




Para mí Sparklehorse, en muchos de sus momentos, es sinónimo de refugio; el cobijo con tormentas y temporales llevándose la persiana. Cachitos de niñez y la certeza de que puedes seguir siendo inocente y descuidado. Que no van a venir los leones y los buitres. Que en lugar de vampiros sigue habiendo soldaditos de plástico del ejército prusiano y puedes seguir montando batallas sobre la alfombra del salón.














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