martes, 15 de julio de 2008

EPISODIO 5. WILL OLDHAM.



Escuché por casualidad una voz diminuta, como de alguien asustado con el mundo. Mis oídos quedaron descolocados; la simple música y la voz me atraían lo suficiente, pero de pronto había auténticos gallos y mis orejas de dieciochoañero no podían comprender que eso se grabase así y se publicase, que no hubiesen hecho otra toma de voz, o que el tipo no abandonase directamente la música. Era I send my love to you, cuando el protagonista grababa bajo el nombre de Palace Brothers.
Aún así me quedé con la primera impresión. Al fin y al cabo, empezaba a intuir que los gallos y las imperfecciones daban encanto y quedaban hasta bien. En su sitio.








El tipo siguió haciendo discos. No escuchó mi consejo y me brindó cientos de momentos-canciones sin los que muchas noches no habrían sido igual. Su carrera se me hizo difícil de seguir en tiempos sin internet. Cada cierto tiempo, casi con cada nuevo disco, grababa bajo un nuevo nombre: Palace Brothers, Palace, Palace Music, Bonnie Prince Billy o el suyo propio, Will Oldham. Así que el esfuerzo de comprensión y el de seguimiento fueron grandes. Un genio con capacidad asombrosa de componer canciones pequeñas y directas, sin tiempo, sin estar en este tiempo. Puedo escuchar Master and Everyone ocho veces seguidas. Lo mismo diría de I see a Darkness, The letting go o Ease down the road. Discos casi redondos con momentos certeros de belleza, intimidad y profundidad. Sabe conseguir esos momentos en los que, como oyente, te resulta imposible concebir que la canción pueda estar mejor grabada e interpretada. Nada sobra, nada debería añadirse. Lo menos es más. Desnudez. Ni murallas de sonido, ni trompetas, ni baterías virtuosos demostrándolo a cada compás. Sencillez y hermosura desde una voz acomplejada y chiquitina que impone. A veces lo menos evidente es lo más claro y conmovedor. Me encanta esa capacidad que tienen sus discos de quedarse en el reproductor. Quizá tengo que hacer algo urgente y dejar de escuchar música, pero me parece una pena cortar el transcurrir del cd. Parece casi un sacrilegio. Esa desenvoltura, esa suavidad con la que algunos de sus discos van de principio a fin me parece milagrosa y sanadora. Gracias Will o Billy o como te apetezca llamarte la próxima.





Sigo cada uno de sus lanzamientos como un hare khrisna. Ha hecho intentonas rockeras (Superwolf) y hasta trasladó sus canciones a un ortodoxísimo lenguaje country con todos los rancios ingredientes del rancio género (Sings greatest Palace Music), pero cuando conmueve es desde ese espacio reducido, con voz baja, recitar pausado y luz a medias.

Lo viejo interpretado de modos nuevos y libres. El estremecimiento y la curación encontrado en humildes canciones tan perfectas que hasta las imperfecciones parecen indispensables para el resultado final. En un mundo normal (no digo idílico o perfecto: normal), este tío sería prescrito por emisoras de radio y médicos como escucha obligatoria para los que quieren hallar algo de paz y soñar con tardes tranquilas.





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