martes, 15 de julio de 2008

EPISODIO 7. MY BLOODY VALENTINE.


My Bloody Valentine vinieron a definir una nueva relación posible entre el ruído y el pop, entre las formas de distorsión y la escritura de canciones en la música moderna. Varios eps y un primer largo, Isnt anything, anticiparon la dirección sónica de la banda de Kevin Shields. Me imagino a Kevin Shields obsesionado con sus pedaleras y sus mesas de grabación. Seguramente se aburrió con la perspectiva de seguir el camino más fácil. No quiso simplemente ceñirse a los patrones del rock y el punk rock; tampoco quiso ser un burdo seguidor de Jesus and Mary Chain o un imitador de tercera de Sonic Youth. Al escuchar sus canciones parece como si la estructura, la sección rítmica, la banda misma, hubiesen quedado sepultados bajo un nubarrón de distorsión hechizante. Éste es el hallazgo de Kevin Shields. Las convenciones están ahí, pero de fondo. Casi toda la canción queda volcada en el intento de conseguir un sonido nuevo que se escape del rock conocido. Las capas y capas de distorsión mágica que Kevin Shields imaginó para cubrir sus canciones hacen de sus discos toda una experiencia. Las guitarras se extienden como pintura y quedan difuminadas con el oleaje. Se alargan y comprimen como si el guitarrista estuviese jugando con el clavijero y destensase las cuerdas un instante. Lo cubren todo, pero dejan espacio para que, en la distancia, la canción sea reconocible. El efecto es sorprendente e innovador. Una estructura rockera más o menos convencional, más o menos inspirada, parecía repentinamente irradiar una extraña vaharada de misterio.



Después de Isn´t anything llegó Loveless. Eran principios de los noventa y para entonces la prensa británica ya se había inventado el término shoegaze para calificar lo que hacían My Bloody Valentine y lo que empezaron a hacer un montón de nuevas bandas. La fascinación con ese sonido nuevo, mitad distorsión ensoñadora, mitad ruído perdiéndose en un túnel, debió atrapar a Kevin Shields. Loveless es uno de mis discos favoritos por proponer esa ruptura y exponer tan grandes dosis de belleza y misterio. Las voces van y vienen, resuenan etéreas y en duermevela, se alargan unas décimas de segundo antes y después de ser emitidas por una garganta humana. Coros suspendidos que quedan flotando entre olas y olas de un ruído que no es ni amenazante, ni chirriante, ni nada de lo que se supone ha de resultar el ruído. Cuando hemos superado el impacto y el sonido empieza a ser asimilado quedan las excelentes canciones que dan esqueleto al experimento.



Pocas portadas tan reveladoras del contenido de un album, una guitarra desdibujada, una guitarra casi irreconocible.
Loveless fue curiosamente el testamento de los de Kevin Shields. Casi hundió su sello discográfico y dilapidó el adelanto para su tercer disco grabando dos intentos fracasados que no vieron la luz. Kevin Shields se desparramó en colaboraciones y producciones. Cuatro nuevos temas aparecieron en la banda sonora de la excelente Lost in translation. No puede decirse que lo suyo haya sido un carrerón y es una pena que no haya logrado una discografía más amplia bajo su nombre o bajo el de su banda. Aún asi, esas espirales de ruído que invita y no ahuyenta, que mece y te deja la mirada perdida, son una monstruosidad sonora digna de recordar y revivir en el aparato de música cada cierto tiempo. Rock desdibujado. Rock casi irreconocible.

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